En el Boletín nº 9, nuestra querida Montse nos contaba cómo, huyendo de los elementos que habían provocado la insólita cancelación del RIAT 2008, una parte de los visitantes de AIRE nos acogimos al “Plan B”: visitar alguno de los muchos museos que el Reino Unido atesora.
También quedó reseñado el enorme interés de la colección que alberga el Museo de la RAF de Cosford. Si bien la fotografía (permitidísima, claro, estamos en el Reino Unido) no es siempre fácil, en razón de lo hacinado de algunos aviones, la mera contemplación de las piezas exhibidas deja a uno boquiabierto. Y una de las menos conocidas y (a gusto de quien esto escribe) más esotéricas, es la colección de misiles alemanes de la Segunda Guerra Mundial.
Consideraciones políticas aparte, no cabe duda de que el Régimen Nacional-Socialista fue extraordinariamente prolífico en el desarrollo tecnológico, principalmente en aquellas áreas que tenían una aplicación militar. Por otra parte, nada como la necesidad aguijonea el ingenio humano, tal como demuestra que en seis años, de 1939 a 1945, se pasase de una guerra aérea en la que aún aparecían algunos biplanos (I-15, CR-42, Gladiador) no muy diferentes de sus antepasados de la contienda anterior, a terminar luchando con reactores equipados con radar y misiles teleguiados…
Precisamente en este campo Alemania destacó, debiendo hacer frente a los bombardeos aliados que destrozaban su capacidad industrial, introduciendo una serie de “armas milagrosas” que (afortunada o desgraciadamente, según la óptica de cada cual) llegaron demasiado tarde para modificar el curso de la Guerra.
Varias de estas armas se exhiben en Cosford. Quizá el más conocido sea el famoso Vergeltungswaffe (arma de represalia) 1, conocido para el RLM alemán como Fi 103. Se utilizó también el nombre código FZG76 para ocultar su verdadera finalidad tras un ficticio sistema de guía antiaérea (Flakzielgerät). Sus “receptores” al norte del Canal de la Mancha le apodaron “Buzz bomb” (debido a su peculiar sonido) o “Doodlebug” (hormiga león, en EEUU). Diseñado por Robert Lusser y construido por Fieseler (autor de la inmortal “Cigüeña”), se trataba de un pequeño avión no pilotado, aunque hubo alguna versión (denominada “Reichenberg”) con una exigua cabina, destinada principalmente a ser lanzadas desde un He 111, si bien estaba previsto que su lanzador fuese el bombardero reactor Ar 234.
Este precursor de los modernos misiles de crucero Tomahawk y similares, era el colmo de la sencillez: un fuselaje de simple chapa soldada, de 7,16 metros de longitud, alojaba, sucesivamente, un odómetro (que contaba las vueltas dadas por una pequeña hélice en la punta del morro), una brújula, la carga explosiva (unos 850 kg de Amatol, reducidos a 450 kg cuando el avance de los Aliados obligó a aumentar el alcance del arma), accionada por una espoleta de contacto, y el combustible (unos 550 kg), en un tanque cilíndrico a la altura de las alas (rectangulares, construidas en madera o chapa metálica, sin alerones, sobre un larguero tubular, y con una envergadura de 4,90 m), que se mantenían plegadas junto al fuselaje hasta poco antes del lanzamiento. Tras los planos venían dos tanques esféricos de aire comprimido y el sistema de guía: un sencillo piloto automático Askania con tres giróscopos, que controlaba altitud y velocidad. Finalmente, los empenajes, igualmente rectangulares. Sobre el plano vertical se asentaba el pulsorreactor Argus 109-014, de 3,66 m de longitud, que funcionaba a unos 50 ciclos por segundo. El empuje variaba según la velocidad de vuelo y la densidad del aire. Para alcanzar el vuelo estable, era precisa una velocidad de unos 300 m/seg, para lo cual (con un peso de unos 2.200 kg) necesitaba una rampa de al menos 35 metros de longitud, apuntando al blanco. Estas instalaciones eran uno de los “talones de Aquiles” del sistema, al ser inamovibles y bastante vulnerables a los bombardeos enemigos.
El sistema de guía era igualmente sencillo: bastaba “apuntar” el proyectil hacia el blanco y un sencillo odómetro (accionado por la pequeña hélice) determinaba la distancia de vuelo. En primer lugar armaba la carga explosiva tras recorrer unos 60 km, evitando así daños en caso de que cayera sobre territorio propio y, cuando el contador estimaba que había llegado a su destino, los timones de profundidad metían al pequeño avión en picado, el timón se ajustaba en la posición neutra, y el motor se detenía al cesar su alimentación de combustible, debido a la actitud del aparato. Inicialmente, sin embargo, se intentó que el ingenio impactase con el “pulso” en marcha, y su problema de alimentación durante la última fase de su trayectoria se resolvería posteriormente.
El alcance del “chisme” andaba por los 250 kilómetros, que recorría a una velocidad de unos 640 km/h y a una altitud de unos 600 a 1.000 metros, para que la densidad de oxígeno del aire fuese óptima. Este perfil de vuelo, sin embargo, dejaba al Fi 103 al alcance de los cazas más rápidos y de la artillería antiaérea. De los alrededor de 30.000 misiles fabricados, aproximadamente se lanzaron un tercio contra el sur de Inglaterra, y 2.419 de ellos alcanzaron Londres, causando unas 6.184 muertes entre su población. Amberes también fue objeto de un número similar de misiles.
Sin embargo, sobresale en Cosford por su tamaño un V-2, nombre “propagandístico” del misil balístico táctico Aggregate A-4. Pintado en una librea a grandes cuadros blancos y negros, para facilitar su seguimiento por las cámaras encargadas de ello (el cohete tenía una cierta tendencia a girar sobre su eje longitudinal), parece tratarse de uno de los primeros ejemplares construidos, ya que los proyectiles operacionales iban camuflados o simplemente pintados de verde oliva. Otros tres misiles V-2 se conservan en el Imperial War Museum, el Science Museum y el Museo de Hendon. También se exhiben en Cosford un motor y otros equipos.
El V-2 tenía una longitud de 14 metros, un diámetro máximo de 1,65 metros y una envergadura de 3,56 metros. Su peso cargado era de 12.500 kg, de los que casi una tonelada correspondía a la ojiva de Amatol, alojada en la proa del cohete. A continuación había un compartimiento para los giróscopos LEV-3 (horizontal y vertical) que debían estabilizar el vuelo, seguidos de dos grandes depósitos para el combustible (3.810 kg de una mezcla al 75% de alcohol etílico y agua) y el comburente (4.910 kg de oxígeno líquido). Las turbo-bombas para asegurar la alimentación de estos líquidos estaban alojadas entre los tanques y el motor cohete, que debía impulsar el artefacto durante los primeros 65 segundos de vuelo, hasta un apogeo de unos 80 kilómetros. Una vez apagado el motor, el proyectil seguía una trayectoria balística hasta su impacto.
Guiado inicialmente por radio, la guía terminal y subsiguiente detonación plantearon problemas, pues las espoletas de proximidad existentes no parecían adecuadas al nuevo misil. Se utilizó entonces un sistema con el curioso nombre código de “Madrid”. Este sistema empleaba un espejo móvil, del tipo usado en los telescopios astronómicos reflectores, y una célula fotoeléctrica infrarroja, dispuesta frente a él. Al moverse el espejo, el receptor infrarrojo perdía la señal recibida, y entonces “controlaba” el pequeño avión para que continuase apuntando a la fuente de calor (el objetivo) hasta el impacto contra el mismo. Este sistema daría lugar a uno de los misiles más exitosos del mundo: el AIM-9 Sidewinder y todos sus descendientes e imitadores. El pequeño Enzian no fue tan famoso: se lanzaron 38 ejemplares hasta que el programa se interrumpió en enero de 1945.
También con idéntico empleo tierra-aire, pero con una fórmula totalmente distinta, el Rheintochter R1 (la Doncella del Rhin de las óperas wagnerianas) era un misil realmente impresionante. Fabricado por Rheinmetal-Borsig, conocidos por sus cañones que armaban a diversos aparatos de la Luftwaffe, el Rheintochter empleaba un motor cohete de dos etapas con combustible sólido, y era radio-guiado desde tierra. Las pequeñas aletas situadas en el morro debían dirigir al enorme proyectil de más de 10 m de longitud y unos 1.750 kg de peso hasta una distancia suficiente para que su espoleta de proximidad acústica “Kranich” detectase al blanco y detonase la carga de 136 kg. El alcance del misil era de 18 kilómetros y su techo de alrededor de 8 km. El Rheintochter R1 fue sucedido por el R3, que utilizaba un motor-cohete de combustible líquido y “boosters” de aceleración. Se lanzaron 82 misiles de este tipo. También se estudió una versión aire-aire, aunque pocos aviones serían capaces de levantar y lanzar semejante artefacto…
La misma fábrica Rheinmetal-Borsig construyó el que sería el único misil antiaéreo producido en serie durante la guerra, el Schmetterling (mariposa), si bien en un principio el Ministerio del Aire alemán (RLM) lo desestimó, quizá por la convicción de que el Reich nunca sería bombardeado. Los hechos, sin embargo, demostraron ser otros, y el pequeño proyectil de fuselaje asimétrico diseñado por el Profesor Herbert Wagner fue desarrollado por el constructor Henschel como Hs 117. Durante su desarrollo se lanzaron más de medio centenar de misiles, de los cuales sólo una veintena lo fueron con éxito. La producción en serie se ordenó en diciembre de 1944, con una entrada en servicio prevista para marzo de 1945.
La propulsión respondía a la misma fórmula que el Enzian: un motor-cohete (en este caso un BMW 109-558) de combustible líquido, inicialmente ayudado por dos “boosters” Schmidding de propergol sólido. Su reducido tamaño (4,20 m de longitud) y peso (420 kg, sin los “boosters” de lanzamiento) lo hacían fácilmente desplegable, incluso previéndose una versión aire-aire, el Hs 117H, que debería armar a los bombarderos Ju 188 y Do 217 como “Pulk-Zerstörer” o destructores de formaciones, aunque cabe especular cómo hubiesen podido escapar estos lanzadores a los omnipresentes cazas aliados. Con su alcance de casi 40 km, el Schmetterling era radio-guiado visualmente desde tierra, y su carga explosiva de 25 kg detonada mediante una espoleta de proximidad Fuchs. La curiosa hélice junto al cono de proa movía un generador eléctrico que alimentaba el receptor de radio-mando y los mandos de vuelo.
Tambien diseñado por el Profesor Herbert Wagner, el misil aire-superficie Henschel Hs 293 tiene el honor de haber sido el primer misil antibuque operacional utilizado en combate. En realidad estaba basado en una bomba planeadora, fabricada por Gustav Schwartz Propellenwerke, que no era sino una bomba SZ500 de media tonelada con un par de alas. A ella se añadió un motor cohete de combustible líquido, colgado bajo el cuerpo de la bomba, con el fin de aumentar el alcance del ingenio y poderlo lanzar en lo que ahora se llama “modo stand-off”, es decir, fuera del alcance de las defensas del blanco. Aún así, el pequeño cohete era muy limitado en su alcance, apenas unos pocos kilómetros, en función de la altura de lanzamiento, lo cual comprometía la supervivencia del avión lanzador, que no podía ejecutar violentas maniobras evasivas durante el vuelo de la bomba. La guía por radio (de 18 canales) se efectuaba visualmente desde el avión lanzador mediante un pequeño joystick y, para facilitarla, el artefacto llevaba varias bengalas de colores en su cola, que podían ser sustituidas por luces intermitentes en disparos nocturnos. También estaba prevista una versión, el Hs 293D, con guía por televisión.
Con todas estas limitaciones, sin embargo, el misil consiguió notables éxitos, el más sonado de los cuales fue el hundimiento del navío HMS Egret en el Golfo de Vizcaya el 27 de agosto de 1943. Tres meses después, el transporte HMT Rothna fue atacado y hundido con Hs 293, provocando más de 1.000 bajas aliadas. Numerosos navíos fueron también atacados y averiados, hasta que la captura de una de estas “bombas planeadoras” permitió a los aliados desarrollar contramedidas electrónicas que interfiriesen el control remoto de las mismas.
Aunque totalmente desprovisto de propulsión, quizá más parecido a la idea que tenemos de un misil antibuque era el llamado “Fritz-X”, o SD1400X, (o sea, Spitterbomb Dickwandig 1.400 kg, bomba de fragmentación de carcasa gruesa) para usar su nombre oficial. Si el Hs 293 estaba diseñado para utilizarse contra blancos “blandos”, el “Fritz-X” tenía el cometido de hundir acorazados o cruceros dotados de blindaje. Para ello debía lanzarse desde una altura mínima de 4.000 m, siempre que la visibilidad lo permitiese, ya que la guía por radio exigía mantener contacto visual con el blanco. El lanzamiento era también complicado: debía hacerse de modo que el misil quedase a la vista de su controlador, para lo cual se lanzaba mediante una pronunciada trepada antes de nivelar la aeronave y lanzar el proyectil. La inercia hacía que este “adelantase” al avión lanzador, y el radio-operador podía hacerse cargo de la guía del arma.
Cuando todo salía bien, el “Fritz-X” era realmente preciso. Operado por la III/KG 100, desde aviones Do 217K y M, alrededor de un centenar de estos misiles fueron lanzados contra diversos navíos y causaron bastante daño. Su más famoso éxito tuvo lugar el 9 de septiembre de 1943 cuando, tras firmarse el armisticio con Italia, la flota de este país se dirigía de La Spezia a Malta para ponerse a las órdenes de los aliados. Seis Do 217K-2, cada uno llevando un único proyectil, atacaron la ahora flota enemiga. Su buque insignia, el acorazado Roma, fue alcanzado por dos misiles y se hundió al explotar la santabárbara. Más de un millar de marinos italianos perecieron, incluyendo el almirante al mando. Otro acorazado, el Italia, fue también alcanzado, pero consiguió llegar a Malta.
Todo esto es lo que puede verse cerca de Birmingham, una tarde lluviosa en que no se puede spottear….
Angel Osés Sánchez de la Rosa